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Vuelvo a ser palabra

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Vuelvo a ser palabra Decidí comprarme un cuaderno para escribir, como antes, como siempre. En la escritura me encuentro, me expando y me aíslo.  Creo en las palabras como dañadoras, como expresión de lo que nos pasa bien adentro, como soñadoras. A mí las palabras me acompañan desde chica, y de grande comprendí que *somos palabras*.  Si nos volvemos observadores, las palabras nos rodean en todo momento porque claro, nos entendemos mediante aplanarás.  Celebro el momento en el que ese alguien (mono, Homo Sapiens o quien haya sido) creó y nombró esa primera palabra en el mundo.  Hasta ahora escribí sobre palabras dichas. Pero también hay palabras que no están ni siquiera escritas pero se leen igual. Palabras no dichas que están en una mirada, en unos ojos.  Hay palabras que son silencios, que no se dicen, pero igualmente son palabras.  A veces las palabras desbordan, otras veces se esconden, se resguardan. Pareciera como si jugaran a las e...

Frida - Yolanda Reyes

De regreso al estudio. Otra vez, primer día de colegio. Faltan tres meses, veinte días y cinco horas para las próximas vacaciones. El profesor no preparó clase. Parece que el nuevo curso lo toma de sorpresa. Para salir del paso, ordena con una voz aprendida de memoria: –Saquen el cuaderno y escriban con esfero azul y buena letra, una composición sobre las vacaciones. Mínimo una página por lado y lado, sin saltar renglón. Ojo con la ortografía, y la puntuación. Tienen cuarenta y cinco minutos. ¿Hay preguntas? Nadie tiene preguntas. Ni respuestas. Sólo una mano que no obedece órdenes porque viene de vacaciones. Y un cuaderno rayado de cien páginas, que hoy se estrena con el viejo tema de todos los años: “¿Qué hice en mis vacaciones?” “En mis vacaciones conocí a una sueca. Se llama Frida y vino desde muy lejos a visitar a sus abuelos colombianos. Tiene el pelo más largo, más liso y más blanco que he conocido. Las cejas y las pestañas también son blancas. Los ojos son de color...

BLANCO- Liliana Bodoc

BLANCO  Ellos vivían en una casa de hielo que los protegía del frío. Una casa construida sobre un desierto de agua. Una casa redonda y chiquita que algunas enciclopedias llaman iglú pero que ellos llamaban con nombres de amor, porque allí pasaban larguísimas noches del polo norte a salvo de los colmillos de los lobos y de las tumbas de nieve. Una casa en la cima del mundo donde fueron felices. Era una familia de esquimales con un padre que salía a buscar alimento, una madre que mantenía encendida la lámpara de grasa, dos pequeños hijos varones, y un abuelo que apenas se veía detrás de su ropa de piel. Poseían una manada de perros que arrastraban el trineo por las inmensas extensiones de hielo, algunas herramientas hechas con hueso, y cuerdas trenzadas con tendones de animales. Pero también poseían una incalculable cantidad de cuentos guardados en sus memorias. Cualquiera que habite un lugar donde las noches duran seis meses, y no quiera morir de melancolía, debe guardar un tesor...